¿Cuántas veces hemos escuchado
aquello de “…por mis cojo..es” ésto o aquello?, o incluso nosotros mismos nos
hemos despachado con esa expresión, en un ímpetu y demostración de poderío
testicular, la mayor parte de las veces fruto de una conjunción entre juventud
y búsqueda de la posición jerárquica en el grupo, lo que habitualmente suele
coincidir con la llamada “edad del pavo”.
Pero tampoco es preciso que nos remitamos a la adolescencia, pues la masculinidad expresada en esa forma es patrimonio, en mayor o menor medida, de todas las franjas de edades.
Para más detalles, esa
demostración viril, suele ir acompañada de un apretón de sendas partes, con
movimiento repetitivo de elevación de los “testigos”, a la vez que se pronuncia
la frase que se desea atestiguar como verdadera. Sí, he dicho bien: “testigos”,
pues etimológicamente testículos proviene del latín testículus,
compuesto por testis, que significa
“testigo”, al que se añade el sufijo “culus” que se utiliza como diminutivo;
por tanto un testítulo es un “pequeño testigo”.Como ejemplo, en algunas
sociedades patriarcales, es común que los recién estrenados papás enseñen
orgullosos a sus amigos los “pequeños testigos” de sus vástagos de sexo
masculino, como prueba de virilidad de sus herederos varones. Así pues, los
testículos, que son visibles externamente en el cuerpo desnudo del hombre, se
manifiestan como pequeños testigos de su virilidad, los cuales incluso han
sentado jurisprudencia, como explicaré después. La mujer no los posee, y aunque
existen féminas con “muchos ovarios”, la expresión es moderna y no existen
antecedentes históricos que se asemejen siquiera a la costumbre que dio origen
al verbo testificar.
.
Pero, dicho esto ¿qué tiene que ver testículo con
testificar?
.
Nos encontramos con el origen
más fiable de “testificar”: cuando en la actualidad afirmamos nuestra “verdad”
(coloquialmente, no ante un tribunal) y lo atestiguamos tocándonos los
testículos con vehemencia, muchos no sospechamos que esa acción ya era
realizada hace miles de años por los romanos. Los antiguos romanos, aunque
poseían variados dioses a los que rendían culto, no disponían de una Biblia
sobre la que jurar cuando debían declarar diciendo obligadamente la verdad. La
forma que tenían de atestiguar que decían verdad, era apretándose los
testículos con la mano derecha (el derecho romano sólo reconocía capacidad de
declarar como testigo en juicio a los varones), y de esta costumbre derivó la
palabra “testificar”. Ésta proviene del latín testificare, que está
compuesto por testis(testigo) y facere (hacer); podemos decir pues que
testificar significa literalmente “tocarse los testículos”, pues así lo hacían
los romanos.
Así
que, cuando en un acto de afirmación nos “tocamos los testículos”, estamos
emulando, ni más ni menos, una actividad recogida en el derecho romano, por muy
soez que parezca el acto.
Un papa de sexo femenino
La
relación testículo-testigo va más allá, pues antiguamente los papas debían
demostrar que tenían sexo masculino para poder acceder al papado (este hecho
sigue sin ser reconocido por la Iglesia Católica), y la forma de atestiguarlo
era permitiendo que fueran “palpados” sus testículos en prueba de masculinidad.
Aunque
lo que voy a narrar parece ser una leyenda, existe una historia, incluso con
datos biográficos, sobre la existencia de un papa de sexo femenino que estuvo
en su cargo durante dos años, y que podría haber dado lugar a la costumbre
posterior de comprobar el sexo de un cardenal previamente a ser propuesto para
papa. La mujer de esta historia o leyenda se llamaba Juana, al parecer era hija
de un monje y consiguió hacerse pasar por hombre de nombre Juan para conseguir
obtener mayores conocimientos, los cuales estaban prohibidos a las mujeres.
Trabajando como escribano pudo moverse con cierta libertad entre la
aristocracia, llegando a ser secretario del papa León IV.
Existen
numerosas versiones sobre la forma en que Juana llegó a ser Juan XIII a la
muerte de León IV, e incluso sobre la procedencia y otros variados datos
biográficos, pero no existe nada concluyente al respecto. Lo que si llama la
atención, son algunas cuestiones que se derivan de varias actuaciones
eclesiásticas, al parecer con la intención de borrar este hecho de la historia
de la Iglesia Católica; una de ellas es la existencia de un segundo papa Juan,
pero que no reinó como Juan XIX, como sería lógico por orden numérico, sino que
fue nombrado también Juan XIII, como calcando al anterior para eliminar su
existencia.
Según
la misma leyenda, la papisa Juana quedó embarazada de su sirviente personal, y
aunque los atuendos papales permitían ocultar su estado, durante una procesión
entre la basílica de San Pedro y Letrán, cuando pasaban ante la iglesia de San
Clemente comenzó a sufrir contracciones, dando a luz allí mismo. En un caso se
dice que Juana murió lapidada a manos de la multitud encolerizada por la
mentira descubierta, y en otro caso que murió durante el parto. Sea o no
verídico, lo que sí es constatable es que la Iglesia tiene prohibido realizar
procesiones frente a San Clemente.
Ilustración del momento en que se produjo el supuesto parto de
la papisa Juana (fuente: lavoceditutti)
Es
curioso tras la muerte de Juana, que al nuevo papa nombrado (Benedicto III) le
pusieran como fecha de toma de posesión el año 855, borrando así cualquier
vestigio de existencia de Juan VIII en esas fechas, pues el Juan VIII que
figura en el listado de papas corresponde a varios años después.
Finalizo explicando el proceso de testificación por “palpación”
del candidato a papa, por lo curioso del sistema, que no por su morbo, que sin
duda también lo tiene:
Según una de las varias versiones que circulan, el cardenal
candidato a papa debía sentarse en una silla conocida como “sedia
stercoraria”, la cual tenía un agujero en su mitad. Posteriormente, el
cardenal más joven del cónclave tenía que palpar los genitales al Papa
introduciendo la mano por debajo de la silla y “testificar” luego a los demás
que no había fraude en la elección. Si la prueba era válida, exclamaba en voz
alta “Duos habet et bene pendebant” (”tiene dos y cuelgan bien”), atestiguando
así que ninguna mujer se ha hecho pasar por hombre.
Ilustración representando el palpado testicular al papa (fuente: vaticanhistory)
Asiento papal ”sedia stercoraria” que se encuentra en el
Museo del Vaticano
Otra versión dice que eran todos los cardenales del cónclave los
que pasaban uno a uno a palparle los testículos al futuro papa, lo cual añade
un poco más de morbo si cabe al proceso.
M. F.
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