1º. Razón de este
documento; 2º. Naturaleza de esta carta; 3º. Nuestra posición ante la guerra; 4º.
El quinquenio que precedió a la guerra; 5º. El alzamiento militar y la
revolución comunista; 6º. Caracteres de la revolución comunista; 7º. El
movimiento nacional: sus caracteres; 8º. Se responde a unos reparos; 9º.
Conclusión
VENERABLES HERMANOS:
1º. Razón de este
documento
Suelen los pueblos
católicos ayudarse mútuamente en días de tribulación, en cumplimiento de
la ley de caridad de
fraternidad que une en un cuerpo místico a cuantos comulgamos en el
pensamiento y amor de
Jesucristo. Órgano natural de este intercambio espiritual son los
Obispos, a quien puso el
Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios. España, que pasa una de
las más grandes
tribulaciones de su historia, ha recibido múltiples manifestaciones de afecto y
condolencias del
Episcopado católico extranjero, ya en mensajes colectivos, ya de muchos
Obispos en particular. Y
el Episcopado español, tan terriblemente probado en sus miembros,
en sus sacerdotes y en
sus Iglesias, quiere hoy corresponder con este Documento colectivo a
la gran caridad que se
nos ha manifestado de todos los puntos de la tierra.
Nuestro país sufre un
trastorno profundo: no es sólo una guerra civil creuntísima la que nos
llena de tribulación; es
una conmoción tremenda la que sacude los mismos cimientos de la
vida social y ha puesto en
peligro hasta nuestra existencia como nación. Vosotros los habéis
comprendido, Venerables
Hermanos, y "vuestras palabras y vuestro corazones nos han
abierto" diremos
con el Apóstol, dejándonos ver las extrañas de vuestra caridad para con
nuestra patria querida.
Que Dios os lo premie.
Pero con nuestra
gratitud, Venerables Hermanos, debemos manifestaros nuestro dolor por el
desconocimiento de la
verdad de lo que en España ocurre. Es un hecho, que nos consta por
documentación copiosa,
que el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está
disociado de la realidad
de los hechos ocurridos en nuestro país. Causas de este extravió
podría ser el espíritu
anticristiano, que ha visto en la contienda de España una partida decisiva
en pro o contra de la
religión de Jesucristo y la civilización cristiana; la corriente opuesta de
doctrinas políticas que
aspiran a la hegemonía del mundo; la labor tendenciosa de fuerzas
internacionales ocultas;
la antipatria, que se ha valido de españoles ilusos que, amparándose
en el nombre de
católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo que más
nos duele es que una
buena parte de la prensa católica extranjera haya contribuido a esta
desviación mental, que
podría ser funesta para los sacratísimos intereses que se ventilan en
nuestra patria.
Casi todos los Obispos
que suscribimos esta Carta hemos procurado dar a su tiempo la nota
justa del sentido de la
guerra. Agradecemos a la prensa católica extrajera el haber hecho suya
la verdad de nuestras
declaraciones, como lamentamos que algunos periódicos y revistas, que
debieron (pf) ser
ejemplo de respeto y acatamiento a la voz de los Prelados de la Iglesia, las
hayan combatido o
tergiversado.
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008Ello obliga al Episcopado español a dirigirse colectivamente a los
Hermanos de todo el mundo,
con el único propósito
de que resplandezca la verdad, oscurecida por ligereza o por malicia, y
nos ayude a difundirla.
Se trata de un punto gravísimo en que se conjugan no los intereses
políticos de una nación,
sino los mismos fundamentos providenciales de la vida social: la
religión, la justicia,
la autoridad y la libertad de los ciudadanos.
Cumplimos con ello,
junto con nuestro oficio pastoral- que importa ante todo el magisterio de la
verdad - con un triple
deber de religión, de patriotismo y de humanidad. De religión, porque,
testigos de las grandes
prevaricaciones y heroísmo que han tenido por escena nuestro país,
podemos ofrecer al mundo
lecciones y ejemplos que caen dentro de nuestro ministerio
episcopal y que habrán
de ser provechosos a todo el mundo; de patriotismo, porque el Obispo
es el primer obligado a
defender el buen nombre de su patria "terra patrum", por cuanto
fueron
nuestros venerables
predecesores los que formaron la nuestra, tan cristiana como es,
"engendrando a sus
hijos para Jesucristo por la predicación del Evangelio"; de humanidad,
porque, ya que Dios ha
permitido que fuese nuestro país el lugar de experimentación de ideas
y procedimientos que
aspiran a conquistar el mundo, quisiéramos que el daño se redujese al
ámbito de nuestra patria
y se salvaran de la ruina de las demás naciones.
2º. Naturaleza de esta
carta
Este Documento no será
la demostración de una tesis, sino la simple exposición, a grandes
líneas, de los hechos
que caracterizan nuestra guerra y la dan su fisonomía histórica. La
guerra de España es
producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos
orígenes se hallan
envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e
histórico. No sería
difícil el desarrollo de puntos fundamentales de doctrina aplicada a nuestro
momento actual. Se ha
hecho ya copiosamente, hasta por algunos de los Hermanos que
suscriben esta Carta.
Pero estamos en tiempos de positivismo calculador y frío y,
especialmente cuando se
trata de hechos de tal relieve histórico como se han producido en
esta guerra, lo que se
quiere - se nos ha requerido cien veces desde el extranjero en este
sentido - son hechos
vivos y palpitantes que, por afirmación o contraposición, den la verdad
simple y justa.
Por esto tiene este
Escrito un carácter asertivo y categórico de orden empírico. Y ello en sus
dos aspectos: el de
juicio que solidariamente formulamos sobre la estimación legítima de los
hechos; y el de
afirmación "per oppositum", con que deshacemos, con toda caridad, las
afirmaciones falsas o
las interpretaciones torcidas con que haya podido falsearse la historia de
este año de vida de
España.
3º. Nuestra posición
ante la guerra
Conste antes que todo,
ya que la guerra pudo preverse desde que se atacó ruda e
inconsideradamente al espíritu
nacional, que el Episcopado español ha dado, desde el año
1931, altísimos ejemplos
de prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la tradición de la
Iglesia y siguiendo las
normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes
constituidos, con
quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los
repetidos agravios a
personas, cosas y derechos de la Iglesia, no rompió su propósito de no
alterar el régimen de
concordia de tiempo atrás establecido. "Etiam dyscolis": A los
vejámenes
respondimos siempre con
el ejemplo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta
grave, razonada y
apostólica cuando debíamos; con la exhortación sincera que hicimos
reiteradamente a nuestro
pueblo católico a la sumisión legitima, a la oración, a la paciencia y a
la paz. Y el pueblo
católico nos secundó, siendo nuestra intervención valioso factor de
concordancia nacional en
momentos de honda conmoción social y política.
Al estallar la guerra
hemos lamentado el doloroso hecho, más que nadie, porque ella es
siempre un mal
gravísimo, que muchas veces no compensan bienes problemáticos, porque
nuestra misión es de
reconciliación y de paz: "Et in terra pax". Desde sus comienzos hemos
tenido las manos
levantados al cielo para que cese. Y el pueblo católico repetimos la palabra
de Pío XI, cuando el
recelo mutuo de las grandes potencias iba a desencadenar otra guerra
sobre Europa: "Nos
invocamos la paz, bendecimos la paz, rogamos por la paz". Dios nos es
testigo de los esfuerzos
que hemos hecho para aminorar los estragos que siempre son su
cortejo.
Con nuestros votos de
paz juntamos nuestro perdón generoso para nuestros perseguidores y
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos sobre los
campos de batalla y a
nuestros hijos de uno y
otro bando la palabra del apóstol: "El Señor sabe cuánto os amamos a
todos en las entrañar de
Jesucristo".
Pero la paz es la
"tranquilidad del orden, divino, nacional, social e individual, que
asegura a
cada cual su lugar y le
da lo que le es debido, colocando la gloria de Dios en la cumbre de
todos los deberes y haciendo
derivar de su amor el servicio fraternal de todos". Y es tal la
condición humana y tal
el orden de la Providencia- sin que hasta ahora haya sido posible
hallarle sustitutivo-
que siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad,
es a veces el remedio
heroico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia y
volverlas al reinado de
la paz. Por esto la Iglesia, aun siendo hija del Príncipe de la Paz,
bendice los emblemas
(pf) de la guerra, ha fundado las Ordenes Militares y ha organizado
Cruzadas contra los
enemigos de la fe.
No es este nuestro caso.
La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, y no creemos
necesario vindicarla de
la nota de beligerante con que en periódicos extranjeros se ha
censurado a la Iglesia
en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados
de su conciencia y de su
patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, alzaron en armas
para salvar los
principios de religión y justicia cristiana que secularmente habían informado
la
vida de la Nación; pero
quien la acuse de haber provocado esta guerra, o de haber conspirado
para ella, y aun de no
haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o
falsea la realidad.
Esta es la posición del
Episcopado español, de la Iglesia española, frente al hecho de la
guerra actual. Se la
vejó y persiguió antes de que estallara; ha sudo víctima principal de la
furia de una de las
partes contendientes; y no ha cesado de trabajar, con su plegaria, con sus
exhortaciones, con su
influencia, para aminorar sus daños y abreviar los días de prueba.
Y si hoy,
colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la
guerra de España, es,
primero, porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o
social, ha sido tan
grave su represión de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus
comienzos, que una de
las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en
España, que nosotros,
Obispos católicos no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los
intereses de nuestro
Señor Jesucristo y sin incurrir el tremendo apelativo de "canes
muti", con
que el Profeta censura a
quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia; y luego, porque la
posición de la Iglesia
española ante la lucha, es decir, del Episcopado español, ha sido
torcidamente
interpretada en el extranjero: mientras un político muy destacado, en una
revista
católica extranjera la
achaca poco menos que a la ofuscación mental de los Arzobispos
españoles, a los que
califica de ancianos que deben al régimen monárquico y que han
arrastrado por razones
de disciplina y obediencia a los demás Obispos en un sentido favorable
al movimiento nacional,
otros nos acusan de temerarios al exponer a las contingencias de un
régimen absorbentes y
tiránico el orden espiritual de la Iglesia, cuya libertad tenemos
obligación de defender.
No; esta libertad la
reclamamos ante todo, para el ejercicio de nuestro ministerio; de ella
arrancan todas las
libertades que vindicamos para la Iglesia. Y; en virtud de ella, no nos
hemos atado con nadie-
personas, poderes o instituciones - aun cuando agradezcamos al
amparo de quienes han
podido librarnos del enemigo que quiso perdernos, y estemos
dispuestos a colaborar,
como Obispos y españoles, con quienes se esfuercen en reinstaurar
en España un régimen de
paz y justicia. Ningún poder político podrá decir que nos hayamos
apartado de esta línea,
en ningún tiempo.
4º. El quinquenio que
precedió a la guerra
Afirmamos, ante todo,
que esta guerra la ha acarreado la temeridad, los errores, tal vez la
malicia o la cobardía de
quien hubiesen podido evitarla gobernando la nación según justicia.
Dejando otras causas de
menor eficiencia, fueron los legisladores de 1931, y luego el poder
ejecutivo del Estado con
sus prácticas de gobierno, lo que se empeñaron en torcer
bruscamente la ruta de
nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y
exigencias del espíritu
nacional, y especialmente opuesto al sentido religioso predominante en
el país. La Constitución
y las leyes laicas que desarrollaron su espíritu fueron un ataque
violento y continuado a
la conciencia nacional. Anulando los derechos de Dios y vejada la
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008Iglesia, quedaba nuestra sociedad enervada, en el orden legal, en lo
que tiene de más
sustantivo la vida
social, que es la religión. El pueblo español que, en su mayor parte,
mantenía viva la fe de
sus mayores, recibió con paciencia invicta los reiterados agravios
hechos a su conciencia
por leyes inicuas; pero la temeridad de sus gobernantes había puesto
en el alma nacional,
junto con el agravio, un factor de repudio y de protesta contra un poder
social que había faltado
a la justicia más fundamental, que es la que se debe a Dios y a la
conciencia de los
ciudadanos.
Junto con ello, la
autoridad, en múltiples y graves ocasiones, resignaba en la plebe sus
poderes. Los incendios
de los templos en Madrid y provincias, en Mayo de 1931, las revueltas
de Octubre de 1934,
especialmente en Cataluña y Asturias, donde reinó la anarquía durante
dos semanas; le período
turbulento que corre en Febrero a Julio de 1936, durante el cual
fueron destruidas o
profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3000 atentados graves
de carácter político y
social, presagiaban la ruina total de la autoridad pública, que se vio
sucumbir con frecuencia
a la fuerza de poderes ocultos que mediatizaban sus funciones.
Nuestro régimen político
de libertad democrática se desquició, por arbitrariedad del Estado y
por coacción
gubernamental que trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina
política en pugna con la
mayoría política de la nación, dándose el caso, en las últimas
elecciones
parlamentarias, Febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos de
exceso sobre la
izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el Frente
Popular, por haberse
anulado caprichosamente las actas de provincias enteras, viciándose así
en su origen la
legitimidad del Parlamento.
Y a medida que se descomponía
nuestro pueblo por la relajación de los vínculos sociales y se
desangraba nuestra
economía y se alteraba sin tino el ritmo del trabajo y se debilitaba
maliciosamente la fuerza
de las instituciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia,
empalmando con los
comunistas de acá, por medio del teatro y el cine, con ritos y costumbres
exóticas, por la
fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el espíritu popular
para
el estallido de la
revolución, que se señalaba casi a plazo fijo.
El 27 de Febrero de
1936, a raíz del triunfo del Frente Popular, el KOMINTERN ruso decretaba
la revolución española y
la financiaba con exorbitantes cantidades. El 1º de Mayo siguiente
centenares de jóvenes
postulaban públicamente en Madrid "para bombas y pistolas, pólvora y
dinamita para la próxima
revolución". El 16 del mismo mes se reunía en la Casa del Pueblo de
Valencia representantes
de la URSS con delegados españoles de la III Internacional,
resolviendo, en el 9º de
sus acuerdos: "Encargar a uno de los radios de Madrid, el designado
con el número 25,
integrado por agentes de policía en activo, la eliminación de los personajes
políticos y militares
destinados a jugar un papel de interés en la contrarrevolución". Entre
tanto,
desde Madrid a las
aldeas más remotas aprendían las milicias revolucionarias la instrucción
militar y se las armaba
copiosamente, hasta el punto de que, al estallar la guerra, contaba con
150000 soldados de
asalto y 100000 de resistencia.
Os parecerá, Venerables
Hermanos, impropia de un Documento episcopal la enumeración de
estos hechos. Hemos
querido sustituirlo a las razones de derecho político que pudiesen
justificar un movimiento
nacional de resistencia. Sin Dios, que debe estar en el fundamento y a
la cima de la vida
social; sin autoridad, a la que nada puede sustituir en sus funciones
creadoras del orden y
mantenedora del derecho ciudadano; con la fuerza material al servicio
de los sin Dios ni
conciencia, manejados por agentes poderosos de orden internacional,
España debía deslizarse
hacia la anarquía, que es lo contrario del bien común y de la justicia y
orden social. Aquí han
venido a parar las regiones españolas en que la revolución marxista ha
seguido su curso
inicial.
Estos son los hechos.
Cotéjense con la doctrina de Santo Tomás sobre el derecho a la
resistencia defensiva
por la fuerza y falle cada cual en justo juicio. Nadie podrá negar que, al
tiempo de estallar el
conflicto, la misma existencia del bien común, - la religión, la justicia, la
paz -, estaba gravemente
comprometida; y que el conjunto de las autoridades sociales y de los
hombres prudentes que
constituyen el pueblo en su organización natural y en sus mejores
elementos reconocían el
público peligro. Cuanto a la tercera condición (pf) que requiere el
Angélico, de la
convicción de los hombres prudentes sobre la probabilidad del éxito, la
dejemos al juicio de la
historia: los hechos, hasta ahora, no le son contrarios.
Respondemos a un reparo,
que una revista extranjera concreta al hecho de los sacerdotes
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008asesinados y que podría extenderse a todos los que constituyen este
inmenso transtorno
social que ha sufrido
España. Se refiere a la posible de que, de no haberse producido el
alzamiento, no se
hubiese alterado la paz pública: "A pesar de los desmanes de los rojos-
leemos- queda en pie la
verdad que si Franco no se hubiese alzado, los centenares o millones
de sacerdotes que han sido
asesinados hubiesen conservado la vida y hubiesen continuado
haciendo en las almas la
obra de Dios". No podemos suscribir esta afirmación, testigo como
somos da la situación de
España al estallar el conflicto. La verdad es lo contrario; porque es
cosa documentalmente
probada que en el minucioso proyecto de la revolución marxista que se
gestaba, y que habría
estallado en todo el país, si en gran parte de él no lo hubiese impedido
el movimiento
cívico-militar, estaba ordenado el exterminio del clero católico, como el de
los
derechistas calificados,
como la sovietización de las industrias y la implantación del
comunismo. Era por Enero
último cuando un dirigente anarquista decía al mundo por radio:
"Hay que decir las
cosas tal y como son, y la verdad no es otra que la de que los militares se
nos adelantaron para
evitar que llegáramos a desencadenar la revolución".
Quede, pues, asentado,
como primera afirmación de este Escrito, que un quinquenio de
continuos atropellos de
los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo
peligro la existencia
misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo
español; que estaba en
la conciencia nacional que, agotados va los medios legales, no había
más recurso que el de la
fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes extraños a la
autoridad tenida por
legítima decidieron subvertir el orden constituido e implantar
violentamente el
comunismo; y, por fin, que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a
España mas que esta
alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo
destructor, ya planeada
y decretada, como ha ocurrido en la regiones donde no triunfó el
movimiento nacional, o
intentar, es esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible
enemigo y salvar los
principio fundamentales de su vida social y de sus características
nacionales.
5º. El alzamiento
militar y la revolución comunista
El 18 de Julio del año
pasado se realizó el alzamiento militar y estalló la guerra que aún dura.
Pero nótese, primero,
que la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin
colaboración con el
pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento que, por
ello, debe calificarse
de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución
comunista son dos hechos
que no pueden separarse, si se quiere enjuiciar debidamente la
naturaleza de la guerra.
Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde
el principio la división
profunda de las dos Españas que se batirán en los campos de batalla.
Aún hay más: el
movimiento no se produjo sin que los que lo iniciaron intimaran previamente a
los poderes públicos a
oponerse por los recursos legales a la revolución marxista inminente.
La tentativa fue
ineficaz y estalló el conflicto, chocando las fuerzas cívico-militares, desde
el
primer instante, no
tanto con las fuerzas gubernamentales que intentaran reducirlo como con
la furia desencadenada
de unas milicias populares que, al amparo, por lo menos, de la
pasividad gubernamental,
encuadrándose en los mandos oficiales del ejército (pf) y utilizando,
a más del que
ilegítimamente poseían, el armamento de los parques del Estado, se arrojaron
como avalancha
destructora contra todo lo que constituye un sostén en la sociedad.
Esta es la
característica se la reacción obrada en el campo gubernamental contra el
alzamiento
cívico-militar. Es, ciertamente, un contraataque por parte de las fuerzas fieles
al
Gobierno; pero es, ante
todo, una lucha en comandita con las fuerzas anárquicas que se
sumaron a ellas y que
con ellas pelearán juntas hasta el fin de la guerra. Rusia, lo sabe el
mundo, se injertó en le
ejercito gubernamental tomando parte en sus mandos, y fue a fondo,
aunque conservándose la
apariencia del Gobierno del Frente Popular, a la implantación del
régimen comunista por la
subversión del orden social establecido. Al juzgar de la legitimidad
del movimiento nacional,
no podrá prescindirse de la intervención, por la parte contraria, de
estas "milicias
anárquica incontrolables" - es palabra de un ministro del Gobierno de
Madrid -
cuyo poder hubiese
prevalecido sobre la nación.
Y porque Dios es el más
profundo, cimiento de una sociedad bien ordenada- lo era de la
nación española- la
revolución comunista, aliada de los ejércitos del Gobierno, fue, sobre todo,
antidivina. Se cerraba
así el ciclo de la legislación laica de la Constitución de 1931 con la
destrucción de cuanto
era cosa de Dios. Salvamos toda intervención personal de quienes no
han militado
conscientemente bajo este signo; sólo trazamos la trayectoria general de los
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008hechos.
Por esto se produjo en
el alma una reacción de tipo religioso, correspondiente a la acción
nihilista y destructora
de los sin-Dios. Y España quedó dividida en dos grandes bandos
militantes; cada uno de
ellos fue como el aglutinante de cada una de las dos tendencias
profundamente populares;
y a su alrededor, y colaborando con ellos, polarizaron, en forme de
milicias voluntarias y
de asistencia y servicios de retaguardia, las fuerzas opuestas que tenían
divida a la nación.
La guerra es, pues, como
un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de Febrero de
1936, en que la falta de
conciencia política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las
fuerzas revolucionarias
un triunfo que no había logrado en las urnas, se transformó, por la
contienda
cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la
espiritual, del lado de
los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la
civilización tradicional
y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de
la religión; y de la
otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que
quiso sustituir la vieja
civilización de España, con todos sus factores, por la novísima
"civilización"
de los soviets rusos.
Las ulteriores
complicaciones de la guerra no han variado más que accidentalmente su
carácter: el
internacionalismo comunista ha corrido al territorio español en ayuda del
ejércit to y
pueblo marxista; como,
por la natural exigente de la defensa y por consideraciones de carácter
internacional, han
venido en ayuda de la España tradicional armas y hombres de otros países
extranjeros. Pero los
núcleos nacionales (pf) siguen igual aunque la contienda, siendo
profundamente popular,
haya llegado a revestir caracteres de la lucha internacional.
Por esto observadores
perspicaces han podido escribir estas palabras sobre nuestra guerra:
"Es una carrera de
velocidad entre el bolchevismo y la civilización cristiana". "Una
etapa nueva
y tal vez decisiva en la
lucha entablada entre la Revolución y el Orden". "Una lucha
internacional en un
campo de batalla nacional; el comunismo libra en la Península una
formidable batalla, de
la que depende la suerte de Europa".
No hemos hecho más que
un esbozo histórico, del que deriva esta afirmación: El alzamiento
cívico-militar fue en su
origen un movimiento nacional de defensa de los principios
fundamentales de toda
sociedad civilizada; en su desarrollo, lo ha sido contra la anarquía
coaligada con las
fuerzas al servicio de un gobierno que no supo o no quiso titular aquellos
principios.
Consecuencia de esta
afirmación son las conclusiones siguientes:
Primera: Que la Iglesia,
a pesar de su espíritu de paz, y de no haber querido la guerra ni haber
colaborado en ella, no
podía ser indiferente en la lucha: se lo impedía su doctrina y su espíritu
el sentido de
conservación y la experiencia de Rusia. De una parte se suprimía a Dios, cuya
obra a de realizar la
Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en
personas, cosas y
derechos, como tal vez no la haya sufrido institución alguna en la historia;
de la otra, cualesquiera
que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la
conservación del viejo
espíritu, español y cristiano.
Segunda: La Iglesia, con
ello, no ha podido hacerse solidaria de conductas, tendencias o
intenciones que, en el
presente o en lo porvenir, pudiesen desnaturalizar la noble fisonomía
del movimiento nacional,
en su origen, manifestaciones y fines.
Tercera: Afirmamos que
el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia
popular de un doble
arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de
levantar a España y
evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la
fuerza que debía reducir
a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la
continuidad de su fe y
de la práctica de su religión.
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008Cuarta: Hoy, por hoy, no ha en España más esperanza para reconquistar
la justicia y la paz y
los bienes que de ellas
deriva, que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que
en los comienzos de la
guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de
sus hombres de gobierno,
no ofrece garantías de estabilidad política y social.
6º. Caracteres de la
revolución comunista
Puesta en marcha la
revolución comunista, conviene puntualizar sus caracteres. Nos ceñimos
a las siguientes
afirmaciones, que derivan del estudio de hechos plenamente probados,
muchos de los cuales
constan en informaciones de toda garantía, descriptivas y gráficas, que
tenemos a la vista.
Notamos que apenas hay información debidamente autorizada más que del
territorio liberado del
dominio comunista. Quedan todavía bajo las armas del ejército rojo, en
todo o parte, varias
provincias; se tiene aún escaso conocimiento de los desmanes cometidos
en ellas, los más
copiosos y graves.
Enjuiciando globalmente
los excesos de la revolución comunista española afirmamos que en la
historia de los pueblos
occidentales no se conoce un fenómeno igual de vesania colectiva, ni
un cúmulo semejante,
producido en pocas semanas, de atentados cometidos contra los
derechos fundamentales
de Dios, de la sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil,
recogiendo los hechos
análogos y ajustando sus trazos característicos para la composición de
figuras crimen, hallar
en la historia una época o un pueblo que pudieran ofrecernos tales y
tantas aberraciones.
Hacemos historia, sin interpretaciones de carácter psicológico o social,
que reclamarían
particular estudio. La revolución anárquica ha sido 'excepcional en la
historia'.
Añadimos que la
hecatombe producida en personas y cosas por la revolución comunista fue
'premeditada'. Poco
antes de la revuelta habían llegado de Rusia 79 agitadores
especializados. La
Comisión Nacional de Unificación Marxista, por los mismos días ordenaba
la constitución de las
milicias revolucionarias en todos los pueblos. La destrucción de las
iglesias, o a lo menos,
de su ajuar, fue sistemática y por series. En el breve espacio de un mes
se habían inutilizado
todos los templos para el culto. Ya en 1931 la Liga Atea tenía en su
programa un articulo que
decía: 'Plebiscito sobre el destino que hay que dar a las iglesias y
casas parroquiales'; y
uno de los Comités provinciales daba esta norma: 'El local o locales
destinados hasta ahora
al culto destinarán a almacenes colectivos, mercados públicos,
bibliotecas populares,
casas de baños o higiene pública, etc.; según convenga a las
necesidades de cada
pueblo'. Para la eliminación de personas destacadas que se
consideraban enemigas de
la revolución se habían formado previamente las "listas negras" .
En algunas, y en primer
lugar, figuraba el Obispo. De los sacerdotes decía un jefe comunista,
ante la actitud del
pueblo que quería salvar a su párroco: "Tenemos orden de quitar toda su
semilla".
Prueba elocuentísima de
que de la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes,
en forma totalitaria fue
cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras
las cifras, contamos
unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los
sacerdotes asesinados,
contando un promedio del 40 por 100 en las diócesis desbastadas en
algunas llegan al 80 por
100 sumarán, sólo del clero secular, unos 6.000. Se les cazó con
perros, se les persiguió
a través de los montes; fueron buscados con afán en todo escondrijo.
Se les mató sin
perjuicio las más de las veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio
social.
Fue
"cruelísima" la revolución. Las formas de asesinato revistieron
caracteres de barbarie
horrenda. En su número:
se calculan en número superior de 300.000 los seglares que han
sucumbido asesinados,
sólo por sus ideas políticas y especialmente religiosas: en Madrid, y en
los tres meses primeros,
fueron asesinados más de 22.000. Apenas hay pueblo en que no se
haya eliminado a los más
destacados derechistas. Por la falta de forma: sin acusación, sin
pruebas, las más de las
veces sin juicio. Por los vejámenes: a muchos se les han amputado
los miembros o se les ha
mutilado espantosamente antes de matarlos; se les han vaciados los
ojos, cortado la lengua,
abierto en canal, quemado o enterrado vivos, matado a hachazos. La
crueldad máxima se ha
ejercido en los ministros de Dios. Por respeto y caridad no queremos
puntualizar más.
La revolución fue
"inhumana". No se ha respetado el pudor de la mujer, ni aún la
consagrada a
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008Dios por sus votos. Se han profanado las tumbas y cementerios. En el
famoso monasterio
románico de Ripoll se
han destruido los sepulcros, entre los que había el de Wifredo el
Velloso, conquistador de
Cataluña, y el del Obispo Morgades, restaurador del célebre cenobio.
En Vich se ha profanado
la tumba del gran Balmes y leemos que se ha jugado al fútbol con el
cráneo del gran Obispo
Torras y Bages. En Madrid y en el cementerio viejo de Huesca se han
abierto centenares de
tumbas para despojar a los cadáveres del oro de sus dientes o de sus
sortijas. Algunas formas
de martirio suponen la subversión o supresión del sentido de
humanidad.
La revolución fue
"bárbara", en cuanto destruyó la obra de civilización de siglos.
Destruyó
millares de obras de
arte, muchas de ellas de fama universal. Saqueó o incendió los archivos
imposibilitando la
rebusca histórica y la prueba instrumental de los hechos jurídico y social.
Quedan centenares de
telas pictóricas acuchilladas (pf), de esculturas mutiladas, de maravillas
arquitectónicas para
siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo
religioso, acumulado en
siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas, en las
regiones dominadas por
los comunistas. Hasta el Arco de Bará, en Tarragona, obra romana
que había visto veinte
siglos, llevó la dinamita su acción destructora. Las famosas colecciones
de arte de la Catedral
de Toledo, del Palacio de Liria, del Museo del Prado, han sido
torpemente expoliadas.
Numerosas bibliotecas han desaparecido. Ninguna guerra, ninguna
invasión bárbara,
ninguna conmoción social, en ningún tiempo: una organización sabia, puesta
al servicio de un
terrible propósito de aniquilamiento, concentrado contra las cosas de Dios, y
los modernos medios de
locomoción y destrucción al alcance de toda mano criminal.
Conculcó la revolución
lo más elementales principios del "derecho de gentes". Recuérdense
las cárceles de Bilbao,
donde fueron asesinado por las multitudes, en forma inhumana,
centenares de presos,
las represalias cometidas en los rehenes custodiados en buques y
prisiones, sin más razón
que un contratiempo de guerra; los asesinatos en masa, atados los
infelices prisioneros e
irrigados con el chorro de balas de las ametralladoras; el bombardeo de
ciudades indefensas, sin
objetivo militar.
La revolución fue
esencialmente 'antiespañola'. La obra destructora se realizó a los giros de
"¡Viva
Rusia!", a la sombra de la bandera internacional comunista. Las
inscripciones murales,
la apología de
personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio
de la nación a favor de
extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del
odio al espíritu
nacional y al sentido de patria.
Pero, sobre todo, la
revolución fue "anticristiana". No creemos que en la historia del
Cristianismo y en el
espacio de unas semanas se haya dado explosión semejante, en todas
las formas de pensamiento,
de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión
sagrada. Tal ha sido el
sacrilegio estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado
de los rojos españoles
enviado al Congreso de los "sin - Dios", en Moscú, pudo decir:
"España
ha superado en mucho la
obra de los Soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido
completamente
aniquilada".
Contamos los mártires
por millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria;
pero casi no hallaríamos
en el Martirologio romano una forma de martirio no usada por el
comunismo, sin exceptuar
la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han
consentido las
sustancias y máquinas modernas.
El odio a Jesucristo y a
la Virgen ha llegado al paroxismo, y en los centenares de Crucifijos
acuchillados, en las
imágenes de la Virgen bestialmente profanadas, en los pasquines de
Bilbao en que se
blasfemaba sacrílegamente de la Madre de Dios, en la infame literatura de
las trincheras rojas, en
que se ridiculizan los divinos misterios, en la reiterada profanación de
las Sagradas Formas,
podemos adivinar el odio del infierno encarnado en nuestros infelices
comunista. "Tenía
jurado vengarme de ti" - le decía uno de ellos al Señor encerrado en el
Sagrario; y encañonado
la pistola disparó contra él, diciendo: "Ríndete a los rojos; ríndete al
marxismo".
Ha sido espantosa la
profanación de las sagradas reliquias: han sido destrozados o quemados
los cuerpos de San
Narciso, San Pascual Bailón, la Beata Beatriz de Silva, San Bernardo
Calvó y otros. Las
formas de profanación son inverosímiles, y casi no se conciben sin
subestación diabólica.
Las campanas han sido destrozadas y fundidas. El culto, absolutamente
suprimido en todo el
territorio comunista, si se exceptúa una pequeña porción del norte. Gran
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008número de templos. Entre ellos verdaderas joyas de arte, han sido
totalmente arrasados: en
esta obra inicua se ha
obligado a trabajar a pobres sacerdotes. Famosas imágenes de
veneración secular han
desaparecido para siempre, destruidas o quemadas. En muchas
localidades la autoridad
ha obligado a los ciudadanos a entregar todos los objetos religiosos
de su pertenencia para
destruirlos públicamente: pondérese lo que esto representa en el orden
del derecho natural, de
los vínculos de familia y de la violencia hecha a la conciencia cristiana.
Nos seguimos, venerables
Hermanos, en la crítica de la actuación comunista en nuestra
patria, y dejamos a la
historia la fiel narración de los hechos en ella acontecidos. Si se nos
acusaran de haber
señalado en forma tan cruda estos estigmas de nuestra revolución, nos
justificaríamos con el
ejemplo de San Pablo, que no duda en vindicar con palabras tremendas
la memoria de los
profetas de Israelí que tiene durísimos calificativos para los enemigos de
Dios; o con el de
nuestro Santísimo Padre que, en su Encíclica sobre el Comunismo ateo
habla de "una
destrucción tan espantosa, llevada a cabo, en España, con un odio, una
barbarie y una ferocidad
que no se hubiese creído posible en nuestro siglo".
Reiteramos nuestra
palabra de perdón para todos y nuestro propósito de hacerles el bien
máximo que podamos. Y
cerramos este párrafo con estas palabras del "Informe Oficial" sobre
las ocurrencias de la
revolución en sus tres primeros meses: "No se culpe al pueblo español
de otra cosa más que de
haber servido el instrumento para la perpetración de estos delitos"...
Este odio a la religión
y a las tradiciones patrias, de las que eran exponente y demostración
tantas cosas para
siempre perdidas, 'llegó de Rusia, exportando por orientales de espíritu
perverso'. En descargo
de tantas víctimas, alucinadas por "doctrinas demonios", digamos que
al morir, sancionados
por la ley, nuestros comunistas se han reconciliado en su inmensa
mayoría con el Dios de
sus padres. En Mallorca han muerto impenitentes sólo un dos por
ciento; en las regiones
del sur no más de un veinte por ciento, y en las del norte no llegan tal
vez al diez por ciento.
Es prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo.
7º. El movimiento
nacional: sus caracteres
Demos ahora un esbozo
del carácter del movimiento llamado "nacional". Creemos justa esta
denominación. Primero,
por su espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su
inmensa mayoría, de una
situación estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y
aspiraciones; y el
movimiento fue aceptado como una esperanza en toda la nación; en las
regiones no liberadas
sólo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que le oprimen.
Es también nacional por
su objetivo, por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las
esencias de un pueblo
organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia.
Expresamos una realidad
y un anhelo general de los ciudadanos españoles; no indicamos los
medios para realizarlo.
El movimiento ha
fortalecido el sentido de patria, contra el exotismo de las fuerzas que le son
contrarias. La patria
implica una paternidad; es el ambiente moral, como de una familia
dilatada, en que logra
el ciudadano su desarrollo total; y el movimiento nacional ha
determinado una
corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la
sustancia histórica de
España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la
ruina. Y como el amor
patrio, cuando se ha sobrenaturalizado por el amor de Jesucristo,
nuestro Dios y Señor,
toca las cumbres de la caridad cristiana, hemos visto una explosión de
verdadera caridad que ha
tenido su expresión máxima en la sangre de millares de españoles
que le han dado la grito
de "¡Viva España!" "¡Viva Cristo Rey!"
Dentro del movimiento
nacional se ha producido el fenómeno, maravilloso, del martirio -
verdadero martirio, como
ha dicho el Papa - de millares de españoles, sacerdotes, religiosos y
seglares; y este
testimonio de sangre deberá condicionar en lo futuro, so pena de inmensa
responsabilidad
política, la actuación de quienes, depuestas las armas, hayan de construir el
nuevo estado en el
sosiego de la paz.
El movimiento ha
garantizado el orden en el territorio por él dominado. Contraponemos la
situación de las
regiones en que ha prevalecido el movimiento nacional a las denominadas aún
por los comunistas. De
estas puede decirse la palabra del Sabio: "Ubi non est gubernatur,
dissipabitur
populus"; sin sacerdotes, sin templos, sin culto, sin hambre y la miseria.
En
cambio, en medio del
esfuerzo y del dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la
tranquilidad del orden
interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio de
la justicia, de la paz y
del progreso que prometen la fecundidad de la vida social. Mientras en
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o
reconquistadas se celebra
profusamente el culto
divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana.
Esta situación permite
esperar un régimen de justicia y paz para el futuro. No queremos
aventurar ningún
presagio. Nuestros males son gravísimos. La relajación de los vínculos
sociales; las costumbres
de una política corrompida; el desconocimiento de los deberes
ciudadanos; la escasa
formación de una conciencia íntegramente católica; la división espiritual
en orden a la solución
de nuestros grandes problemas nacionales; la eliminación, por
asesinato cruel, de
millares de hombres selectos llamados por su estado y formación a la obra
de la reconstrucción
nacional; los odios y la escasez que son secuelas de toda guerra civil; la
ideología extranjera
sobre el Estado, que tiende a descuajarle la idea y de las influencias
cristianas; serán
dificultada enorme para hacer una España nueva injertada (pf) en el tronco de
nuestra vieja historia y
vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de que,
imponiéndose con toda su
fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra vez
nuestro verdadero
espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legislación en que
predomina el sentido
cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social y en el honor y
culto que se debe a
Dios.
Quiera Dios ser en
España el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea
verdaderamente bien
servida.
8º. Se responde a unos
reparos
No llenaríamos el fin de
esta Carta, Venerables Hermanos, si no respondiéramos a algunos
reparos que se nos han
hecho desde el extranjero.
Se ha acusado a la
Iglesia de haberse defendido contra un movimiento popular haciéndose
fuerte en sus templos y
siguiéndose de aquí la matanza de sacerdotes y la ruina de las
iglesias. - Decimos que
no. La irrupción contra los templos fue súbita, casi simultánea en todas
las regiones, y
coincidió con la matanza de sacerdotes. Los templos ardieron porque eran
casas de Dios, y los
sacerdotes fueron sacrificados porque eran ministros de Dios. La prueba
es copiosísima. La
Iglesia no ha sido agresora. Fue la primera bienhechora del pueblo,
inculcando la doctrina y
fomentando las obras de justicia social. Ha sucumbido - donde ha
dominado el comunismo
anárquico - víctima inocente, pacífica, indefensa.
Nos requieren del
extranjero para que digamos si es cierto que la iglesia en España era
propietaria del tercio
del territorio nacional, y que el pueblo se ha levantado para librarse de su
opresión.- Es acusación
ridícula. La Iglesia no poseía más que pocas e insignificantes
parcelas, casas
sacerdotales y de educación, y hasta de esto se había útilmente incautado el
Estado. Todo lo que
posee la Iglesia en España no llenaría la cuarta parte de sus
necesidades, y responde
a sacratísimas obligaciones.
Se le imputa a la
Iglesia la nota de temeridad y partidismo la mezclarse en la contienda que
tiene dividida a la
nación.- La Iglesia se ha puesto siempre del lado de la justicia y de la paz, y
ha colaborado con los
poderes del Estado, en cualquier situación, al bien común. No se ha
atado a nadie, fuesen
partidos, personas o tendencias. Situada por encima de todos y de todo,
ha cumplido sus deberes
de adoctrinar y exhortar a la caridad, sintiendo pena profunda por
haber sido perseguida y
repudiada por gran número de sus hijos extraviados. Apelamos a los
copiosos escritos y
hechos que abonan estas afirmaciones.
Se dice que esta guerra
es de clases, y que la Iglesia se ha puesto del lado de los ricos.-
Quienes conocen sus
causas y naturaleza saben que no. Que aun reconociendo algún
descuido en el
cumplimiento de los deberes de justicia y caridad, que la iglesia ha sido la
primera en urgir, las
clases trabajadoras estaban fuertemente protegidas por la ley, y la nación
había entrado por el
franco camino de una mejor distribución de la riqueza. La lucha de clases
es más virulenta en
otros países que en España. Precisamente en ella se ha librado de la
guerra horrible gran
parte de las regiones más pobres, y se ha ensañado más donde ha sido
mayor el coeficiente de
la riqueza y del bienestar del pueblo. Ni pueden echarse en el olvido
nuestra avanzada
legislación social y nuestras prósperas instituciones de beneficencia y
asistencia pública y
privada, de abolengo español, y cristiano. El pueblo fue engañado con
promesas irrealizables,
incompatibles no sólo con la vida económica del país, sino con
cualquier clase (pf) de
vida económica organizada. Aquí está la bienandanza de las regiones
indemnes, y la miseria,
que se adueñó ya de las que han caído bajo el dominio comunista.
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008La guerra de España, dice, no es más que un episodio de la lucha
universal entre la
democracia y el
estatismo; el triunfo del movimiento nacional llevará a la nación a la
esclavitud
del Estado. La Iglesia
de España - leemos en una revista extranjera - ante el dilema de la
persecución por el
Gobierno de Madrid o la servidumbre a quienes representan tendencias
políticas que nada tiene
de cristiano, ha optado por la servidumbre.- No es éste el dilema que
se ha planteado a la
Iglesia en nuestro país, sino éste: La iglesia, antes de perecer totalmente
en manos del comunismo,
como ha ocurrido en las regiones por él dominadas, se siente
amparada por un poder
que hasta ahora ha garantizado los principios fundamentales de toda
sociedad, sin miramiento
ninguno a sus tendencias políticas.
Cuanto a lo futuro, no
podemos predecir lo que ocurrirá al final de la lucha. Si que afirmamos
que la guerra no se ha
emprendido para levantar un Estado autócrata sobre una nación
humillada, sino para que
resurja el espíritu nacional con la pujanza y la libertad cristiana de los
tiempos viejos.
Confiamos en la prudencia de los hombres de gobierno, que no querrán
aceptar moldes
extranjeros para la configuración del Estado español futuro, sino que tendrán
en cuenta las exigencias
de la vida íntima nacional y la trayectoria marcada por los siglos
pasados. Toda sociedad
bien ordenada basa sobre principios profundos y de ellos vive, no de
aportaciones adjetivas y
extrañas, discordes con el espíritu nacional. La vida es más fuerte
que lo programas, y un
gobernante prudente no impondrá un programa que violente las
fuerzas íntimas de la
nación. Seríamos los primeros en lamentar que la autocracia
irresponsable de un
parlamento fuese sustituida por la más terrible de una dictadura
desarraigada de la
nación. Abrigamos la esperanza legítima de que no será así. Precisamente
lo que ha salvado a
España en el gravísimo momento actual ha sido la persistencia de los
principios seculares que
han informado nuestra vida y el hecho de que un gran sector de la
nación se alzara para
defenderlos. Sería un error quebrar la trayectoria espiritual del país, y no
es de creer que se caiga
en él.
Se imputan a los
dirigentes del movimiento nacional crímenes semejantes a los cometidos por
los del Frente Popular.
"El ejército blanco, leemos en acreditada revista católica extranjera,
recurre a medios
injustificado, contra los que debemos protestar... El conjunto de
informaciones que
tenemos indica que el terror blanco reina en la España nacionalista con
todo el horror que
representan casi todos los terrores revolucionarios... Los resultados
obtenidos parecen
despreciables al lado del desarrollo de crueldad metódicamente organizada
de que hacen prueba las
tropas". - El respetable articulista está malísimamente informado.
Tiene toda guerra sus
excesos; los habrá tenido, sin duda, el movimiento nacional; nadie se
defiende con total
serenidad de las cosas arremetidas de un enemigo sin entrañas.
Reprobando en nombre de
la justicia y de la caridad cristianas todo exceso que se hubiese
cometido, por error o
por gente subalterna y que metódicamente ha abultado la información
extranjera, decimos que
el juicio que rectificamos no responde a la verdad, y afirmamos que va
una distancia enorme,
infranqueable, y entre los principios de justicia, de su administración y
de la forma de aplicarla
entre una y otra parte. Más bien diríamos que la justicia del Frente
Popular ha sido una
historia horrible de atropellos a la justicia, contra Dios, la sociedad y los
hombres. No puede haber
justicia cuando se elimina a Dios, principio de toda justicia. Matar
por matar, destruir por
destruir; expoliar al adversario no beligerante, como principio de
actuación cívica y
militar, he aquí lo que se puede afirmar de los unos con razón y no se puede
imputar a los otros sin
injusticia.
Dos palabras sobre le
problema de nacionalismo vasco, tan desconocido y falseado y del que
se ha hecho arma contra
el movimiento nacional.- Toda nuestra admiración por las virtudes
cívicas y religiosas de
nuestros hermanos vascos. Toda nuestra caridad por la gran desgracia
que les aflige, que
consideramos nuestra, porque es de la patria. Toda nuestra pena por la
ofuscación que han
sufrido sus dirigentes en un momento grave de su historia. Pero toda
nuestra reprobación por
haber desoído la voz de la Iglesia y tener realidad en ellos las
palabras del Papa en su
Encíclica sobre el comunismo: "Los agentes de destrucción, que no
son tan numerosos,
aprovechándose de estas discordias (lo de los católicos), las hacen más
estridentes, y acaban
por lanzar a la lucha a los católicos los unos a los otros. - "Los que
trabajando por aumentar
las disensiones entre católicos toman sobre sí una terrible
responsabilidad, ante
Dios y ante la Iglesia". - "El comunismo es intrínsecamente perverso,
y
no se puede admitir que
colaboren con él, en ningún terreno, los que quieren salvar la
civilización
cristiana". - "Cuanto las regiones, donde el comunismo consigue
penetrar, más se
distingan por la
antigüedad y grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador se
manifestará allí el odio
de los 'sin - Dios'".
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008En una revista extranjera de gran circulación se afirma que el pueblo
se ha separado en
España del sacerdote
porque éste se recluta en la clase señoril; y que no quiere bautizar a sus
hijos por los crecidos
derechos de administración del Sacramento.- A lo primero respondemos
que las vocaciones en
los distintos Seminarios de España están reclutados en la siguiente
forma: Número total de
seminaristas en 1935: 7401; nobles, 6; ricos, con un capital superior de
10.000 pesetas, 115;
pobres, o casi pobres, 7280. A lo segundo, que antes del cambio de
régimen no llegaban los
hijos de padres católicos no bautizados al uno por diez miel; el arancel
es modicísimo, y nulo
para los pobres.
9º. Conclusión
Cerramos, Venerables
Hermanos, esta ya larga Carta rogándonos nos ayudéis a lamentar la
gran catástrofe nacional
de España, en que se han perdido, con la justicia y la paz,
fundamento del bien
común y de aquella vida virtuosa de la Ciudad de que nos habla el
Angélicos, tantos
valores de civilización y de vida cristiana. El olvido de la verdad y de la
virtud,
en el orden político,
económico y social, nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos
sido mal gobernados,
porque, como dice Santo Tomás, Dios hace reinar le hombre hipócrita
por causa de los pecados
del pueblo.
A vuestra piedad, añadid
la caridad de vuestras oraciones y las de vuestros fieles; para que
aprendamos la lección
del castigo con que Dios nos ha probado: para que se reconstruya
pronto nuestra patria y
pueda llenar sus destinos futuros , de que son presagio los que ha
cumplido en siglos
anteriores; para que se contenga , con el esfuerzo y las oraciones de todos,
esta inundación de
comunismo que tiende a anular al Espíritu de Dios y al espíritu hombre,
únicos polos que han
sostenido las civilizaciones que fueron.
Y completad vuestra obra
con la caridad de la verdad sobre las cosas de España. "Non est
addenda afflictio
afflictis"; a la pena por lo que sufrimos se ha añadido la de no haberse
comprendido nuestros
sufrimientos. Más, la de aumentarlos con la mentira, con la insidia, con
la interpretación
torcida de los hechos. No se nos ha hechos siquiera el honor de
considerarnos víctimas.
La razón y la justicia se han pesado en lamisca balanza que la
sinrazón u la
injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha dado el mismo
crédito
al periódico asalariado,
al folleto procaz o al escrito del español prevaricador, que ha
arrastrado por el mundo
con vilipendio el nombre de su madre patria, que a la voz de los
Prelados, al concienzudo
estudio del moralista o a la relación auténtica del cúmulo de hechos
que son afrenta de la
humana historia. Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos sin
imprescriptibles, sobre
todo cuando se trata del honor de un pueblo, de los prestigios de la
Iglesia, de la salvación
del mundo. Ayudadnos con la divulgación del contenido de estas
Letras, vigilando la
prensa y la propaganda católica, rectificando los errores de la indiferente o
adversa. El hombre
enemigo ha sembrado copiosamente la cizaña: ayudadnos a sembrar
profusamente la buena
semilla.
Consentidnos una
declaración última. Dios sabe que amamos en las entrañas de Cristo y
perdonamos de todo
corazón a cuantos, sin saber lo que hacían, han inferido daño gravísimo
a la Iglesia y a la
Patria. Son hijos nuestros. Invocamos ante Dios y a favor de ellos los méritos
de nuestros mártires, de
los diez Obispos y de los miles de sacerdotes y católicos que
murieron perdonándoles,
así como el dolor, como de mar profundo, que sufre nuestra España.
Rogad para que en
nuestra patria se extingan los odios, se acerquen las almas y volvamos a
ser todos unos en los
vínculos de la caridad. Acordaos de nuestros Obispos asesinados, de
tantos millares de
sacerdotes, religiosos y seglares selectos que sucumbieron sólo porque las
milicias escogida de
Cristo; y pedid al Señor que dé fecundidad a su sangre generosa. De
ninguno de ellos se sabe
que claudicara en la hora del martirio; por millares dieron altísimos
ejemplos de heroísmo. Es
gloria inmarcesible de nuestra España. Ayudadnos a orar, y sobre
nuestra tierra, regada
hoy con sangre de hermanos, brillará otra vez el iris de la paz cristiana y
se reconstruirán a la
par nuestra Iglesia, tan gloriosa, y nuestra Patria, tan fecunda,
Y que la paz del Señor
sea con todos nosotros, ya que nos ha llamado a todos a la gran obra
de la paz universal, que
es el establecimiento del Reino de Dios en el mundo por la edificación
del Cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia, de la que nos ha constituido Obispos y Pastores.
Os escribimos desde
España, haciendo memoria de los Hermanos difuntos y ausentes de la
patria, en la fiesta de
la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, 1º de Julio de 1937
http://www.mercaba.org/CEE/carta_colectiva_del_episcopado_e.htm
30/06/2008 ISIDRO, Card. GOMÁ Y TOMÁS, Arzobispo de Toledo; EUSTAQUIO, Card. ILUNDAIN Y
ESTEBAN, Arzobispo de
Sevilla; PRUDENDIO, Arzobispo de
Valencia; MANUEL,
Arzobispo de
Burgos; RIGOBERTO, Arzobispo de
Zaragoza; TOMAS, Arzobispo de
Santiago; AGUSTIN, Arzobispo de Granada, Administrador
Apostólico de Almería, Guadix y
Jaén; ADOLFO, Obispo de Córdoba, Administrador
Apostólico del Obispado Priorato de
Ciudad Real; JOSÉ, Arzobispo-Obispo de Mallorca; LEOPOLDO, Obispo de MadridAlcalá; MANUEL, Obispo de Palencia; ENRIQUE, Obispo
de Salamanca; VALENTIN,
Obispo de Solsona; JUSTINO, Obispo de Urgel; MIGUEL DE LOS SANTOS, Obispo de
Cartagena; FIDEL, Obispo de Calahorra; FLORENCIO, Obispo de Orense; RAFAEL,
Obispo de Lugo; FELIX, Obispo de Tortosa; FR. ALBINO, Obispo de Tenerife; JUAN,
Obispo de Jaca; JUAN, Obispo de Vich; NICANOR, Obispo de Tarazona, Administrador
Apostólico de
Tudela; JOSÉ, Obispo de Santander; FELICIANO, Obispo de Plasencia;
ANTONIO, Obispo de
Quersoneso de Creta, Administrador Apostólico de Ibiza; LUCIANO,
Obispo de Segovia; MANUEL, Obispo de Zamora; MANUEL, Obispo de Curio,
Administrador Apostólico
de Ciudad Rodrigo; LINO, Obispo de
Huesca; ANTONIO,
Obispo de Tuy; JOSÉ MARIA, Obispo de Badajoz; JOSÉ, Obispo de Gerona; JUSTO,
Obispo de Oviedo; FR. FRANCISCO, Obispo de Coria; BENAJAMIN, Obispo de
Mondoñedo; TOMÁS, Obispo de Osma; FR. ANSELMO, Obispo de Teruel-Albarracín;
SANTOS, Obispo de
Avila; BALBINO, Obispo de Málaga; MARCELINO, Obispo de
Pamplona; ANTONIO, Obispo de Canarias; HILARIO YABEN.
Vicario Capitular de
Sigüenza; EUGENIO
DOMAICA, Vicario Capitular de Cádiz; EMILIO F. GARCÍA, Vicario
Capitular de Ceuta; FERNANDO ALVAREZ, Vicario Capitular de
León; JOSÉ ZURITA, Vicario Capitular de
Valladolid.
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